VICTORIA LEGUIZAMON
2°B
Era el tercer cadáver sin sangre que aparecía en el
mes. En la Comisaría Seccional Segunda de Ramos Mejía ya bromeaban con vampiros
y ese tipo de historias fantásticas, pero yo no tenía tiempo para reírme de sus
chistes. Mi jefa me venía presionando para que resolviera el caso desde la
aparición del primer cadáver, pero el asesino era tan bueno que no dejaba
rastros en los cuerpos ni en donde aparecían. Estaba sumida en mis pensamientos
cuando un ruido de llaves me distrajo: mi vecina Victoria salía de su
departamento.
Victoria Leguizamon se había mudado al departamento B
del segundo piso hacía un mes, yo vivía en el A. Llegó al edificio por la noche
y se presentó mientras sus madres la ayudaban a subir sus pertenencias. Las
tres tenían la piel muy pálida y Victoria estaba llena de tatuajes de todo
tipo, desde dibujos con muchos colores hasta frases simples. Tenía el pelo
rapado y su color favorito parecía ser el negro ya que no se vestía con otro.
Su ropa hacía juego con sus ojos y algunas pecas inundaban su nariz y sus
mejillas. No se reía mucho, como máximo sonreía, no importaba qué tan buenos
fueran mis chistes. Antes de que puedas decir nada: sí, me atraía. Había algo
en ella que resultaba magnético y por eso le había prestado tanta atención.
—
Buenas noches, detective, ¿qué tal el día? — me
preguntó cuando terminó de cerrar su puerta.
—
Intenso, más de lo usual — suspiré sin dar
muchos más detalles.
—
Por eso prefiero la noche, es más tranquila —
sonrió y se dirigió hacia las escaleras. Recordé al asesino suelto.
— Cuidate, a las personas que suelo atrapar también
les gustan las noches tranquilas.
— ¿Es una amenaza, detective? — me preguntó Victoria
juguetona y no supe qué contestar. Ella se rió por mi confusión, pero se tapó
la boca con la mano al hacerlo. — Sé cuidarme, no te preocupes. Además solo voy
a devolverles unas bolsas a una amiga que me está esperando abajo.
Dio
media vuelta y se fue, dejándome con más preguntas que respuestas. Sacudí la
cabeza en un intento de ahuyentar el desconcierto y el cansancio. Me metí a mi
departamento y cuando estaba dispuesta a bañarme se cortó la luz. Maldije a
Edenor en voz alta y acto seguido a mí misma porque no había comprado velas.
Empecé a buscar mi celular cuando alguien golpeó la puerta. Instintivamente me
llevé la mano al arma que tenía en la cintura, pero cuando la abrí solo era
Victoria con una linterna en la mano.
— ¿Estás bien? — me preguntó mirándome a los ojos. Una
fuerza desconocida me empujó a ser totalmente honesta con ella.
— Estoy enojada conmigo misma por olvidarme de comprar
velas y frustrada con el trabajo porque hay un asesino que no puedo atrapar
porque no deja pistas por ninguna parte — le contesté sin ser capaz de
controlarme. Cuando terminé la frase me tapé la boca con la mano, no podía
compartir ese tipo de información sobre una investigación en curso. ¿Por qué le
había dicho eso?
Victoria
sonrió como si hubiera ganado algo. La agarré del brazo y la metí a mi
departamento. Cerré la puerta detrás de ella y la arrinconé contra una pared.
— Olvidá que te dije eso — le exigí señalándola con un
dedo a dos centímetros de su cara.
— ¿Ahora sí es una amenaza? — volvió a bromear y apagó
su linterna dejándonos a oscuras.
A
continuación sentí sus labios sobre los míos y toda la frustración, la
incertidumbre y la bronca que me provocaba la investigación desaparecieron.
Victoria tenía las manos a los costados de mi cara, las cerró en forma de puños
y todo su cuerpo se tensó. Era como si me hubiera robado las emociones. No solo
sus ojos me sacaban verdades, sino que sus labios me vaciaban el corazón. La
agarré por los hombros y la separé de mí.
— ¿Qué pasa? ¿No te gusto? — me preguntó riéndose.
Antes
de que le contestara regresó la luz y los vi: sus colmillos estaban más
desarrollados que los míos y las manos que apoyaba sobre mis antebrazos tenían
uñas inusualmente largas. Me acordé de los chistes de mis compañeros de
trabajo, pero cometí el error de mirarla a los ojos.
— Llegaste al departamento sin cruzarte a nadie en el
pasillo, te recostaste en el sillón y te quedaste dormida. Nunca conociste a
Victoria Leguizamon. — me dijo y me desmayé.
Me
desperté a las 6 de la mañana con el sonido de mi alarma y un fuerte dolor de
cabeza. Por alguna razón estaba en el sillón con la misma ropa que había usado
para ir a trabajar el día anterior. Me desvestí para bañarme y me quedé
boquiabierta del horror. Tenía un tatuaje en cada antebrazo que no recordaba
haberme hecho. Estaba segura de que el día anterior no los tenía, pero no
parecían recientes ya que no me dolían. En el brazo derecho tenía una estaca y
un martillo y en el izquierdo una cruz. No solo eran de muy mal gusto, sino que
también me hacían sentir violentada. Yo no elegí tatuarme eso.
Sonó mi celular y mi jefa me contó
que el asesino drena sangre había dejado otro cuerpo en el sur de La Matanza.
La particularidad de este era que tenía un tatuaje de una cruz que su pareja
afirmaba que no existía antes de su
muerte. No podía ser coincidencia. Me bañé rápido, desayuné y salí hacia
la Comisaría. Cuando llegué a la planta baja la portera me detuvo.
— Buen día, detective García, ¿vio que el 2°B está de
nuevo en alquiler? — me preguntó mientras barría la vereda.
— ¿De nuevo? No, no tenía idea, ¿quién vivía ahí?
— Victoria. Victoria Leguizamon. No me quedó muy claro
por qué se fue, pero estaba muy apurada.
Intenté recordar su rostro, pero no pude. Me rendí y me encogí de hombros. Supongo que nunca la conocí.
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