CLASE 1 del Taller de Poesía de @poesiaconurbana (IG)
Injustificada
No hay porqué que justifique tu existencia,
o al menos no lo necesitás.
Te atrevés a habitar rincones inesperados
y nos sorprendes con suspiros de alivio y sonrisas de costado.
o al menos no lo necesitás.
Te atrevés a habitar rincones inesperados
y nos sorprendes con suspiros de alivio y sonrisas de costado.
Te rodean los sentimientos y eso te vuelve más confusa,
¿quién puede jactarse de entender el amor,
la alegría,
la tristeza
o la bronca?
Entonces decime,
¿quién puede afirmar entender la poesía?
¿quién puede jactarse de entender el amor,
la alegría,
la tristeza
o la bronca?
Entonces decime,
¿quién puede afirmar entender la poesía?
No hay porqué que justifique tu utilidad,
las emociones y las historias no necesitan venderse
para ser válidas
pero, cada tanto, las consumidoras conectan con ellas,
recompensan la honestidad de la escritora
y estimulan su exposición injustificada.
No necesitás la comprensión ajena para existir,
sin embargo sí para conectarnos.
Y son esos reflejos de vulnerabilidad los que te vuelven hermosa.
las emociones y las historias no necesitan venderse
para ser válidas
pero, cada tanto, las consumidoras conectan con ellas,
recompensan la honestidad de la escritora
y estimulan su exposición injustificada.
No necesitás la comprensión ajena para existir,
sin embargo sí para conectarnos.
Y son esos reflejos de vulnerabilidad los que te vuelven hermosa.
Editado por @poesiaconurbana
Curriculum Vitae
Maira Lucia Haunau Perez | Veintiún años
Mi mamá Mariana pedaleaba más fuerte para luchar contra el viento que la intentaba hacer retroceder. Yo estaba sentada detrás de ella intentando ignorar el dolor de en mis cachetes de la cola por los saltos que daba la bicicleta en las calles sin arreglar. Todos los días nos despertábamos media hora después de que mi papá Raúl se fuera a trabajar. Recién lo volvíamos a ver a las seis y media de la tarde. Al mediodía mi mamá salía pedaleando del Jardín de Infantes y atravesaba a toda velocidad las quince cuadras que separaban su trabajo y el Colegio San José de Burzaco. A veces la tenía que esperar en preceptoría. Después volvíamos caminando, más tranquilas y charlábamos sobre qué almorzar.
Durante los catorce años de escolaridad siempre fue ella la que estuvo para mí y para mi hermana Ludmila, aún en detrimento de sus propios intereses. En la universidad también recurro a su contención cuando la expectativa laboral y productiva me abruma y siento que no puedo seguir. Pero el trabajo reproductivo de muchas mujeres como ella está invisibilizado y no se lo considera parte del funcionamiento del sistema social y económico. Son ellas las que cuidan a las niñas y los niños que se convertirán en trabajadoras/es, a los empleados precarizados y a las/os adultas/os mayores que trabajaron toda su vida. Pero esos cuidados se interpretan como su responsabilidad, como su “amor maternal”. A todas ellas no se las concibe como sujetas con sueños y deseos, solo como cuidadoras a disposición de la sociedad. Esa es una de las concepciones sobre las mujeres que creo necesario cambiar, entre tantas otras. Además del trabajo reproductivo en mi hogar, trabajé como cajera en un bazar de Claypole durante un año hasta dos mil diecinueve. No solo aprendí sobre atención al cliente sino también sobre los seres sociales. Después de esa fugaz experiencia me refugié en la facultad con la excusa (y el logro) de meter más materias.
Estudiando Periodismo aprendí a conseguir y a jerarquizar la información para redactarla de forma clara, pero sigue sin serme suficiente y me siento mal por eso. ¿Por qué me cuesta tanto conformarme? Ya no sé de qué forma prepararme para todo lo que se me viene en mi vida profesional porque desconozco hacia dónde quiero ir. Sí estoy segura de que necesito trabajar de algo para sobrevivir y eso me angustia.
Me resulta agotador escuchar que tenemos que seguir adelante y participar del sistema social y económico actual como si no nos estuviera matando. Pero, ¿qué otra verdad me voy a atrever a vivir?
Desde dos mil diecinueve estoy enamorada de Miranda, una mujer que no pide permiso para pensar y me valida mi sentir. Nos amamos entre palabras entretejidas en argumentos y proyectos a medio empezar, entre cumplidos de admiración y crisis de dudas, entre teoría feminista y reconocimiento lésbico. Ella existió tres horas en un mundo sin mí y dieciocho años después nos reencontramos. Antes, durante y después de eso me enamoré y me enamoro de mis amigas y de mis compañeras de militancia. Admiro la existencia de las mujeres que me rodean y me veo reflejada en ellas. Es mi amor por las mujeres la verdad que me atrevo a vivir y lo que me motiva a seguir existiendo, creando y explorando.
- Leeme todos los días en @mairareflexiona (IG) -
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