VIDAS PASADAS

- 1 -

La aguja, guiada por sus ágiles dedos, atravesaba la tela como todas las tardes que compartían. Victoria interrumpía la lectura de Orgullo y prejuicio de Jane Austen para observar en silencio el movimiento veloz de esas manos. Se atrevía a mirarla por unos minutos y volvía a concentrarse en la Señora... es decir, el Señor Darcy. Esa rutina caracterizaba sus tardes. A veces, Vanesa pausaba el bordado y observaba por la ventana el extenso jardín que rodeaba la mansión. En esos minutos Victoria apreciaba el perfil de su amor y se atrevía a fantasear con besarla. Antes de volver a concentrarse en la tela, suspiraba con anhelo y la lectora apartaba la mirada.

Esa tarde, mientras releía la novela de Austen, se preguntaba cuánto tiempo más debería ocultar lo que sentía por Vanesa o si en algún momento el sentimiento desaparecería. Sabía que su destino era otro. Un papel doblado a la mitad entre dos páginas del libro la distrajo de sus pensamientos. "Baño. 1 de la madrugada.", era todo lo que se leía en él. Era la letra de Vanesa.

***

— Te escuché hablar con Amelia— reveló la bordadora cuando Victoria cerró la puerta del baño al entrar.

— ¿Qué escuchaste?— preguntó cautelosa la fanática de Austen.

Vanesa se acercó hasta quedar a pocos centímetros de ella obligándola a retroceder hasta chocar contra la pared. Cuando no pudo alejarse más, el espacio entre los labios de ambas desapareció. La vergüenza y la culpa amenazaron con inundar a Victoria, pero la caricia de la mujer con la que fantaseaba todas las noches evitó que la dominaran por completo. La calidez que inundó su cuerpo la animó a rodearle la cintura con las manos y terminar de acercarse a ella. Quería asegurarse de que no fuera otra fantasía nocturna.

— Entonces es verdad— afirmó Vanesa mirándola a los ojos al finalizar el beso. Victoria solo llegó a asentir con la cabeza, aún mareada por lo que acababa de hacer.

— ¿Cuántos días y noches llevas anhelando esto?— insistió Vanesa.

— Perdí la cuenta hace muchos años— confesó Victoria. — Creí que se me pasaría.

— ¿Seguís creyéndolo?

— No, sé que no se me va a pasar ni en esta ni en ninguna otra vida.

Victoria tomó la mano de Vanesa y la guió hasta su habitación. No quería volver a imaginarla.

- 2 -

Valentina y Venecia se conocieron en un taller feminista de Margarita Pisano. Se acostumbraron a sentarse juntas durante los encuentros. Cuando terminaban, salían a tomar algo o iban a cenar a la casa de alguna. Se divertían juntas y eventualmente se presentaron a sus amigas. Incluso a los meses se mudaron juntas para ahorrar en el alquiler.

Pasaban su tiempo libre reflexionando y teorizando sobre las mujeres. Intentaban ponerse al día con todos los textos de pensadoras que habían escrito sobre sus vivencias antes de que ellas reflexionaran al respecto. Querían ampliar lo aprendido en los talleres de Pisano.

Al comienzo, la convivencia resintió un poco la relación. Tenían problemas para hacer funcionar las costumbres de ambas.

— ¿Cuántas veces te tengo que decir que cuando haya que comprar algo que se terminó lo anotes en la pizarra de la heladera? ¡No es tan difícil! —reiteró Valentina por tercera vez en la semana.

— ¡No lo hago a propósito! Se me pasa, tal vez me acuerdo en el momento pero aparece otro pensamiento y lo olvido —se excusó Venecia.

— ¿Qué es lo que te preocupa tanto que no te podés tomar 30 segundos para anotar que hay que comprar harina? —preguntó Valentina más molesta que interesada.

Venecia no contestó. Quería ser honesta con ella, pero no se sentía lista. Podría arruinarlo todo con algunas palabras. Pero sabía que no aguantaría mucho más.Valentina le daba la espalda porque estaba terminando de hacer la lista de las compras. Cómo no la miraba, se animó.

— No quiero que me odies —reconoció en voz baja Venecia.

Valentina dejó de escribir y la miró, pero ella observaba el piso con mucha atención.

— ¿Por qué te odiaría?

— Porque hace tres meses que no encontramos la forma sana de convivir.

— ¿Y qué tiene? Ya la vamos a encontrar, es cuestión de tiempo y de ir viendo qué podemos hacer para encontrarla.

— No hace falta que te fuerces a estar conmigo, a que esto funcione —la voz de Venecia seguía siendo un susurro.

En ese momento Valentina se acercó y le agarró la cara con ambas manos obligándola a mirarla a los ojos.

— Yo quiero estar con vos, en esta y en las vidas que siguen.

— ¿En las que siguen también? —preguntó sorprendida Venecia. — Eso es un montón.

— Con más razón: tenemos un montón de tiempo para encontrar la forma sana de convivir, para molestarnos diariamente y hacernos reír.

Sonrieron y se abrazaron. Al separarse ninguna de las dos rompió del todo el abrazo, sino que quedaron a unos centímetros de distancia. No era la primera vez que terminaban en esa situación, pero ninguna daba el siguiente paso. Venecia, como en oportunidades anteriores, comenzó a alejarse, pero esta vez Valentina se lo impidió. Colocó una mano en su mejilla y la besó. El cuerpo se les llenó de paz y se dieron cuenta de lo mucho que deseaban ese momento.

- 3 -

— No puedo creer que llevemos un año haciendo esto —reflexionó Virginia en voz alta.

— ¿No podés creer la parte de haber sobrevivido al Coronavirus o no podés creer que todavía no nos hayan comido los zombies? —preguntó Verónica de forma irónica.

— La parte de vivir en un micro todos los días de mi existencia... y un poco la de los zombies —confesó su novia mientras cargaba con nafta el último bidón.

— Yo sigo sin poder creer que solo los varones puedan infectarse, es una especie de justicia poética.

— 2020, no lo entenderías —bromeó Virginia. — Ayudame a subir los bidones y vámonos que ya estuvimos mucho tiempo acá.

Verónica bajó del micro y cumplió con el pedido. Mientras subían los 9 bidones de 20 litros se concentraron en escuchar cualquier tipo de ruido anormal. Aprendieron a las malas a no distraerse cuando no podían estar totalmente atentas a su entorno. La última vez que pararon a buscar comida una horda las había alcanzado. De no ser por el otro grupo de cazadoras que viajaba con ellas, no la contaban.

Formaban parte de la Organización de Mujeres Deszombificadoras Latinoamericanas (OMDL). Armaban equipos de dos o más mujeres y se repartían el territorio inexplorado luego de la primera infección en octubre de 2020. Por lo que veían en la Red, todos los grupos tenían bastante éxito. Los zombies no eran tan difíciles de matar y solo les hacían daño si ellas atacaban primero. Necesitaban desinfectar la mayor cantidad de terreno posible para reconstruirse como sociedad. Aunque todavía no se ponían de acuerdo en cómo sería su organización, era la oportunidad perfecta para cambiarlo todo.

— ¿Te quedan flechas o tengo que hacer más? —preguntó Verónica cuando colocó el último bidón en el fondo del micro y Virginia se sentó al volante dispuesta a seguir recorriendo la ruta.

— Me quedan pocas, así que sí, habría que hacer más. ¿Vos cómo estás de balas? —consultó la conductora aún sin arrancar el micro y mirando a Verónica.

— Bien, pero hay que parar igual en el próximo refugio por el tema del agua.

Virginia asintió y se giró para arrancar el micro, pero al chequear el espejo retrovisor vio a una mujer correr lo más rápido que sus piernas se lo permitían. No parecía llevar mochila ni ningún tipo de arma. Se encontraba a varias cuadras de distancia y no se podía sacar de encima a lo que parecían ser seis zombies.

— Amor, defensa —alertó a Verónica.

No hizo falta más que eso para que su novia subiera al techo del micro y se dispusiera a disparar a los desagradables y violentos infectados. Verónica era muy buena, pudo con los seis sin desperdiciar balas y sin herir a la desconocida. Virginia volvió a chequear el espejo y la mujer seguía corriendo desesperada y hacía señas con los brazos. Algo estaba mal.

— ¡¡Arrancá!! ¡¡Prendé el motor!! —gritó Verónica desde el techo del micro. Virginia encendió el vehículo y en vez de avanzar, retrocedió para acercarse a la desconocida. Cuando vio la cantidad de zombies a la que se estaban acercando casi se arrepintió.

— ¡¿Qué estás haciendo?! ¡¿Estás loca?! —le recriminó su novia al bajar del techo.

— No la voy a dejar para que esos salvajes la despedacen, ya no hacemos eso.

Verónica no respondió y se acercó a la puerta para agarrar a la desconocida que ya estaba a pocos metros. Sabía que en el minuto en que estuviera arriba del micro deberían escapar de ese lugar lo más rápido que el motor les permitiera. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca escucharon sus gritos, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás.

— ¡¡No están infectados!! ¡¡Son la Resistencia!! 

Virginia volvió a mirar por el espejo para comprobarlo. Tenía razón: no eran zombies, eran hombres muy bien armados. El asombro casi le impidió arrancar a tiempo, pero el ruido de Verónica y la desconocida cayendo al piso del micro la sacó de su ensimismamiento. Metió el cambio, pisó el acelerador y se alejaron de ese lugar.

— Mierda, se golpeó la cabeza —maldijo Verónica. — No creo que despierte pronto.

— ¿Era verdad? ¿Los viste bien? —preguntó Virginia con miedo inundando su voz.

— Sí. Eran ellos.

— ¿Cómo es posible?

— No tengo idea, pero si los seis que maté también eran de ellos, no creo que estén muy felices con nosotras. No podemos parar y hay que avisar enseguida.

— No lo puedo creer, ¿no podían quedarse en zombies y ya?

— Me preocupa más por qué la estaban persiguiendo a ella si no estaban infectados —reflexionó Verónica en voz alta mientras miraba a la desconocida desmayada en el piso. Tenía algunos moretones y quemaduras en sus brazos y piernas.

— ¿No los viste? Estaban más armados que cualquiera de nuestros grupos —el miedo seguía presente en la voz de Virginia.

— Hey, hey, concentrate que no podemos chocar ahora —la consoló Verónica mientras le acariciaba el pelo.  Un problema a la vez, amor. Tenemos que llegar al refugio e informar bien de esto.

Virginia intentó calmarse y concentrarse en manejar.

— Prometeme que si me pasa algo me vas a buscar —le dijo a su novia que seguía acariciándole el pelo. — No me puedo imaginar lo que es estar sola en medio de todo esto y con un grupo de varones persiguiéndote.

— Te lo prometo, te voy a buscar en esta vida y en las que hagan falta hasta encontrarte —respondió Verónica medio en chiste medio en serio. Besó su cabeza y se apartó para hacer las flechas que seguramente necesitarían.

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