LA LIBERTAD DE AMAR MUJERES

   El espacio es reducido, no podes moverte más que unos cuantos centímetros, ya no podes sentir las extremidades y la oscuridad es total.

   Sentís 4 paredes que te aprisionan, no podes escapar de ninguna forma, no podes ver más allá de tu nariz y tus manos son incapaces de localizar una salida. Sin embargo, sentís el tacto de 6 superficies lisas haciendo contacto contra tu cuerpo. Por la textura, pareciera ser vidrio. Ante este pensamiento dejas de moverte, no querés que el vidrio se rompa y te lastime. Haces un esfuerzo por pensar posibles formas de salir de ese cubo pero ninguna evita que el vidrio te corte. 

   Llega un momento en el que te resignas, te haces a la idea de que vas a pasar toda tu vida encerrada y a oscuras, empezás a concentrarte en las cosas buenas para hacer más amena la estadía. Con el paso del tiempo podes percibir que no sos capaz de sentir hambre ni sed ni cansancio. La posibilidad de morir y dejar de sufrir queda descartada. Intentas ver más allá del vidrio, pero seguís sin poder hacerlo.

   El tiempo pasa y ya no sos consciente de cuánto estuviste ahí. Horas, días, semanas, meses, años, cualquier opción parece posible. Aún así tu cuerpo sigue en el mismo estado que al principio. Medio adormecido, pero en buen estado.

   Ah, el principio, ese repentino y aterrador despertar, tan lejano ahora. ¿En qué momento de tu vida habías empezado a ser consciente de que en realidad estabas en un cubo de cristal en la oscuridad absoluta? ¿Cómo había sido tu vida antes? ¿Por qué eras incapaz de recordarlo? 

   La necesidad de respuestas, de moverte, de hacer algo para liberarte de esa prisión comenzaron a removerse en tu interior. Necesitabas hacer algo. Necesitabas ver, necesitabas poder estirarte y salir. Volviste a recurrir al tanteo de las paredes de cristal, todas seguían iguales. La desesperación comenzó a hacerse presente, comprendiste que si no te movías nada cambiaría, vivirías aprisionada. No querías eso, querías tu libertad, tu vida, tu luz de vuelta. 

   Las manos se movieron por sí solas y antes de que pudieras pensarlo estabas golpeando los vidrios. La idea de cortarte cuando éstos se rompieran ya no parecía tan mala ante la posibilidad de pasar toda una eternidad encerrada. 

   Los vidrios no cedían. 

   La desesperación aumentaba proporcionalmente al aumento de la velocidad de los golpes. 

   Seguía sin pasar nada, podías sentir cómo lágrimas de desesperación corrían por tus mejillas.

–¡QUIERO PODER VER! ¡QUIERO MI VIDA DE VUELTA! ¡MI FELICIDAD! ¡MI LIBERTAD! —gritaste mientras seguías golpeando. No te rendías fácilmente. 

   Los pies dejaron de sentirse entumecidos y pudiste empezar a moverlos nuevamente. Manos y pies trabajando juntos para poder salir. 

   La esperanza aumentó con la recuperación de los pies, pero decreció al ver que seguía sin suceder nada que permitiera escapar. 

   Las manos ya dolían, luchar dolía. Era mucho más fácil resignarse y vivir eternamente en la oscuridad, después de todo no te faltaría nada porque no necesitabas nada. ¿Pero qué clase de vida sería aquella? Sin poder moverse, sin poder ver, sin poder reírse, sin poder vivir.

   La desesperación aumentaba conforme estos pensamientos inundaban tu cabeza. 

   Era indispensable poder salir. Pero estabas tan cansada. Decidiste parar un momento, esperar a que el dolor físico pasara para poder continuar. 

   El silencio solo era interrumpido por tu respiración, la oscuridad seguía intacta. Pero aún así cerraste los ojos intentando calmar tu respiración. Luchar no estaba sirviendo de nada, pero tampoco estabas dispuesta a rendirte. Un recuerdo te inundó la mente, la calidez de la luz sobre tu piel en una tarde soleada. Impulsada por esta sensación estabas por volver a golpear con todas tus fuerzas los vidrios cuando unos golpes se hicieron audibles. Puño sobre vidrio. Te quedaste quieta sin emitir sonido alguno intentando detectar de dónde provenía el sonido. Miraste hacia todos lados. Acercaste tu oreja a todas las paredes, hasta que pudiste escuchar muy claramente los golpes en la pared que estaba enfrente tuyo. 

   La esperanza de una salvación aumentó, la desesperación por salir creció junto con ésta. Empezaste a golpear esa pared con los pies con todas las fuerzas que te quedaban. Ibas a salir, lo presentías, ibas a poder recuperar todo lo que habías perdido al estar encerrada por tanto tiempo. Porque ahora lo recordabas, toda tu vida habías estado en ese cubo, la única vez que habías sentido la luz del sol fue en el instante anterior a que te metieran allí. 

   El hecho de que estuvieras recuperando la memoria te alentó a golpear más fuerte. 

   Finalmente, un estallido se escuchó, y junto a éste la pared enfrente tuyo se partió por completo.
 
   La luz te cegó y algunos vidrios te hicieron daño, por un instante creíste que tal vez había sido un error salir de la comodidad de tu cubo. Allí todo era más fácil y no existía ninguna complicación, si bien estabas sola, no corrías peligro. Estabas a punto de largarte a llorar por el error cometido cuando tus ojos se acostumbraron a la luz brillante. 

   Allí estaban, todas iguales a vos. Tenían cortes ya cicatrizados en piernas y brazos y se mostraban felices. Miraste a los ojos a la que tenías más cerca, tenía una mirada esperanzadora pero llena de experiencia. Tenía una mirada sabia, del tipo de miradas que han visto muchísimas cosas que preferirían no volver a ver. 

—Bienvenida a la realidad —habló ella.

   Comenzaste a observar el paisaje y a las personas en él. Eran miles, todas te miraban felices y llenas de esperanza, como si fueras una buena noticia. No entendías qué habías hecho bien para que te mirasen así. Una se giró para hacer un comentario a otra y pudiste observar las alas enormes en su espalda. En ese momento te diste cuenta que todas las poseían. La que te habló primero notó tu mirada de asombro.

—Ah, cierto. Vení, levantate y comenzá a conocer a tu verdadera vos —.

   No entendías a qué se refería con eso, pero igualmente obedeciste. Tal vez sería por el hecho de que te había ayudado a escapar de la oscuridad, pero confiabas en ella. Tomaste su mano y en el instante en que te paraste casi te caes por sentir tu espalda más pesada de lo normal. Al mirar para atrás las descubriste, unas alas moradas iguales a las de todas las personas allí presentes. 

—Ahora eres parte de esta visión, ya no puedes volver a tu antigua vida—. Dijo la que seguía sosteniendo tu mano para que no te cayeras mientras señalaba los restos de tu cubo de vidrio oscuro—. Pero no te preocupes, tenemos mucho más en qué concentrarnos—.

   Cuando terminó de decir estas palabras señaló a lo lejos, un sinfín de cubos oscuros llenaban el paisaje. Los recuerdos del encierro comenzaron a agobiarte, ¿para qué eran aquellos cubos? ¿Acaso si te portabas de forma inadecuada volverías allí? ¿O es que habría más personas como vos?

—¿Para qué son? —fue lo único que lograste preguntar.

—Para impedirnos vivir y decidir, para arrebatarnos la luz de la vida, así es más fácil controlarnos —explicó una de las personas aladas más cercanas a ti.

—Por eso es nuestro trabajo ayudar a destruirlas apenas escuchamos que la persona en su interior comienza a luchar —concluyó otra.

—¿Y por qué no antes? —preguntaste con curiosidad.

—Los cubos solo se debilitan y pueden romperse en cuanto la persona en su interior lucha, antes de eso, son irrompibles —habló una de las personas que se encontraba detrás tuyo.

   Antes de que pudieras preguntar nada más, comenzaron a escucharse unos golpes unos metros hacia la izquierda. La que te sostenía la mano, te soltó. Por suerte pudiste sostenerte en pie.

—¡Vamos! ¡Una de las nuestras nos necesita! —comentó mientras se echaba a correr.

   Todas comenzaron a seguirla hasta que en cierto punto levantaron vuelo. Era una imagen preciosa. El morado llenaba el cielo por completo, podrías haberte quedado observando por el resto de tu vida. 

—¡Vamos, nueva, no te quedas atrás! A pesar de ser fuertes, no podemos liberarnos solas, necesitamos de la ayuda de todas —te dijo otra de ellas— y como vos también formas parte de Liberate, te necesitamos —. Al finalizar la oración siguió corriendo para finalmente levantar vuelo.

   Con el sol sobre tu piel y el pasto bajo tus pies, comenzaste a sentirte dueña de vos misma. Comenzaste a sentirte bien. Miraste el cubo destrozado, ese pasado ya había quedado atrás.
 
   Tus piernas comenzaron a moverse y en unos metros, extendiste tus alas en su totalidad y volaste. Volaste tan alto como quisiste, ya no había nada que te impidiera ser libre y volar. Ya no había nada que te impidiera decidir.

Fecha de elaboración: 2 de abril de 2017
Fecha de retitulación: 30 de agosto de 2020

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