ENCUENTRO 2 de Zonda en Temperley con @martucruz y @verajereb (IG)

Sin control

No me gusta vomitar porque implica que mi cuerpo tome el control y decida dejar ir todo lo que le hace mal y eso significa que no soy capaz de soltar lo que me hace mal. No me gusta vomitar y por muchos años no lo hice: ni siquiera me dejaba quebrar en las previas, aunque tal vez no lo hacía porque no podía confiar en que los varones de mi alrededor no me fueran a lastimar al borde de mi inconsciencia. No me gusta vomitar porque no me gusta perder el control, no me gusta vomitar porque no me siento bien haciéndolo. Solo me permití vomitar rodeada de mujeres y en cierto punto me resultó poético: perder el control con ellas me hizo sentir tranquila. Las mujeres me restituyeron mi derecho a la vulnerabilidad y a dejarme ser. Me cuidaron cuando estaba vomitando, entendieron la razón y me dejaron dormir acurrucada. 


No me gusta vomitar pero después de quebrar por primera vez, vomité por segunda vez en el puente de Temperley en medio de una pandemia y acepté una botella de agua que una señora me regaló.


Incendiada

En este mundo digital,

primero pensé en mi celular,

pero todo no está ahí.


Su carta adentro de Orgullo y Prejuicio,

los textos que no tipeé,

la planta que crié,

los dibujos mujeriles que tanto miré,

mi refugio inalámbrico,

mi vela favorita,

mis documentos

y las fotos de la familia.


Rodeada de muerte y dolor,

¿lo recordaría?

¿Me darían los brazos para representar mi vida en treinta segundos?

¿Me lograría rescatar?


Vuelvo al celular,

a mis documentos

y asumo que mi vida está afuera,

que tiene más palabras para mezclar con las de Jane Austen.


Me resigno a reconstruir

y huyo de mí.


Mi mamá con las fotos,

mi papá con las llaves del auto,

mi hermana con su notebook,

cuatro perras

y dos gatas,

entre lágrimas,

festejan mi decisión.


La herencia


Con mi hermana

siempre bromeamos

sobre la herencia.


Que las Essen,

que los tapers Tupperware,

que las camisas de la abuela,

que la chatarra del fondo que acomodamos en verano.


Con mi hermana

no asumimos

que ya heredamos.


Cenar y almorzar los cuatro juntos,

mantener la mesa limpia y ordenada,

la pizza de los sábados

y las torta fritas con lluvia.


Con mi hermana

todavía nos reímos

de nuestras tradiciones familiares.


Las peleas navideñas,

la creatividad materna,

el rock nacional como soundtrack infantil

y la incertidumbre económica.


Con mi hermana

no asumimos

que el rol de hijas nos queda chico.


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