ENCUENTRO 4 de Zonda en Temperley con @martucruz y @verajereb (IG)

 Casi libertad

Las encuentro

rodeándome y existiendo

                            sin resistir,

bañadas en tranquilidad.


Busco su mano

para caminar juntas entre pastos que nos llegan a las rodillas

para observar los animales que corren a nuestro lado

                      y los pájaros que nos miran desde lo alto.


Pero algo no cuadra,

la miro y sé que ella también lo sabe,

las miro y sus ojos me revelan que ellas también lo sienten,

                                                 pero lo reprimimos con los instantes que nos rodean.


El agua que corre por el arroyo se lleva esa sensación,

el sol nos decora la piel mientras caminamos

y el viento se mueve entre nuestros vellos

y nos susurra libertad.


Casi nos convence,

casi podemos rozarla con la punta de los dedos,

narrarla en nuestro poemas

y pintarla en nuestros atriles.


Casi,

pero él que se mostró aliado

formó un tornado

y se transformó en enemigo.


Nos acurrucamos todas juntas

                            y, así, resistimos

porque no existe sueño

que nos salve de la violencia.



¿Qué pasaría si…?


El mar se llenó de orugas,

los barcos se estancaron,

el comercio internacional se frenó

y la multitud gritó.


Las activistas contra el cambio climático se aliviaron

y se permitieron fantasear con el comercio local,

                                          con menos consumo de combustibles fósiles

                                             y con el crecimiento de las economías.


Festejaron la crisis de los explotadores mundiales

hasta que recordaron que ellos deciden,

son ellos los que eligen qué hacer con la naturaleza

                                                       y con el resto de los países.


Las orugas no los detuvieron,

el tráfico aéreo aumentó

y el activismo contra el cambio climático

creció.


Entonces,

las orugas se transformaron en mariposas

e invadieron el cielo:

                                  los aviones ya no podían volar

                                  y el sol ya no calentaba.


La multitud volvió a gritar,

esta vez

                 de terror

porque nada da más miedo que el hartazgo natural.

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